Eduardo Langagne
(México, 1952)

 

REPOSO DEL GUERRERO
(poema no antologado por Abu Tamman)

 

Protegido mi pecho en el gambaj,
afilo el arma, brilla su relej;
en una dulce tregua, el almofrej
me da el sueño al rumor del rebalaj.
Hay consuelo a mi herida en el borraj,
y andaré, aun estando pedicoj,
pues no anhelo yacer bajo el alioj
ni ungido héroe, como un almiraj,
Me protegen la noche y el cambuj,
conozco igual la espada que la troj,
amo el aroma del almoraduj
si adereza el carnero el maniblaj.
Serenamente, oculto tras un boj,
espera desafíos mi carcaj.

 

LA MESA DEL ESCRIBANO

 

“No soy un escritor,
soy un escritorio”,
habría trazado Pessoa
con un íntimo ritmo marítimo
en el papel amarillento como un mapa
sobre la mesa hostil
donde escribía
las cartas comerciales
de  su supervivencia.

 

Y Álvaro de Campos habría pensado:
“no soy una persona,
soy un personaje”,
mientras Fernando escribía
en su escritorio múltiple
las voces más expresivas del convulso Siglo.

 

“No soy un viaje,
soy un viajero”,
habría dicho Ricardo Reis
cuando marchábase al Brasil
con su Fernando Pessoa en el corazón
para perderse
en un continente de rostros misteriosos,
aparentes y vagos.

 

Y Caeiro, el maestro,
habría reflexionado:
“no soy auténtico,
soy idéntico”,
en su afán de diluirse
en la naturaleza
mientras Fernando abría los sobres mercantiles
y preparaba respuestas lógicas, triviales.

 

Pero en la mesa comercial del escribano,
mientras un barco de carga sorteando la tormenta
traía su salario
para el oporto y la tinta,
aparecían más nombres de hombres verdaderos.
“No soy este instante”, habría escrito
Pessoa,
“soy el tiempo”.

 

ESE MUCHACHO

 

En una canción distinta
un muchacho se empecina:
quiere escribir Argentina
y no le alcanza la tinta.

 

Ese muchacho iba con ritmo adolescente,
despreciaba los frenos como un James Dean austral,
tocaba en la guitarra aires del cono sur,
tableteaba en las cuerdas el sonido del humo,
en su memoria estaban otros acordes nítidos,
persecución acaso y un padre que se iba
al revés de las aves, compuesto el corazón
por una extraña mezcla de miedo y de nostalgia.
Épocas de hace poco, cuando pensar costaba
la vida nada menos y había que prevenir
estos tiempos terribles porque el futuro era
un lugar impensable y el pasado tan solo
lo que habíamos pensado. El presente, severo
cuestionador del tiempo  (que no existe, por cierto).
Pero el muchacho estaba sin lugar en el mundo,
era un poco del sur, un poco de ninguno,
los puntos cardinales ya se le habían perdido,
su brújula no era, su corazón latía.
No sé si decidió arrojarse al vacío
o quiso hallar el sur debajo del asfalto
o pensó que podría sobrevivir de nuevo
como en las otras veces, cuando pudo lograrlo.

 

COPLAS PARA RAFAEL ALBERTI
(a la manera de Juan Panadero)

 

Alberti, cuánto has tardado:
Te demoraste una vida
En regresar a lo amado.

 

Eres marinero en tierra,
Que viajaste con el viento
Empujado por la guerra.

 

Con el corazón exploras,
Porque aún en el exilio
Está abierto a todas horas.

 

También canta el ángel mudo:
Buenos o desengañados,
¿Los ángeles son escudo?

 

La juventud pasa pronto
Y lo que el poeta ha visto
¿Lo hace convertirse en tonto?

 

El viento trae un aroma
De la arboleda perdida:
¿Se equivocó la paloma?

 

¿Tantos exilios había
Para volver a tu cuna?
Ya estás en Santa María.

 

Beberé un vaso de vino
Con todos los exiliados
Que caminan su destino.

 

Y, celebrando a Picasso,
Los colores de la guerra
No van a ensuciar mi vaso.

 

Alberti, te invito un vino:
Bebámoslo con los ángeles
Que te indican el camino.

 

Junto con Juan Panadero,
Déjame cantar contigo:
Hoy quiero ser tu escudero.

 

LA VIEJA FOTOGRAFÍA

 

El que fui hace veinte años me mira en el reposo
de su fotografía barbada y expectante.
Va subiendo en el bondedel noble corcovado,
habrá de retratarse otra vez junto al Cristo
que observa a Guanabara con los brazos abiertos
y señala los límites del mundo que protege.

 

El que fui hace veinte años me pide que no olvide.

 

Pero yo nunca olvido.
Sí perdono, disculpo,
dispenso, me relevo de mis crasos errores,
me eximo de tener para siempre una espina
clavada entre mis dedos, como el león de la fábula,
o en el pecho una angustia que no deja respirar.
Me absuelvo finalmente de todo cuanto hice
innecesariamente.
En fin,
éste que fui,
que subiendo en el bonde trae la mirada fija,
esperaba llegar y sentarse en el borde
del escalón vehemente que soñó desde niño,
cuando en aquel jardín de niebla y de temblores
planeó con los muchachos alguna vez hacerlo.

 

Pero todos olvidan ciertos planes,
deseos
que se obstinan ilusos bajo el sol del invierno
mientras reunimos años en el cabello.
Apenas
unos cuantos recuerdan.
Y el que yo era me pide
cantar en la memoria melodías fascinantes
que musitamos juntos después de aquella foto
subiendo al Corcovado,
cuando sabíamos ambos
lo que había sucedido.
En esta desventaja
que actualmente vivimos, él sabe que no sabe
lo que pasó después (yo no se lo he contado).

 

Esta tarde de vino y de memorias dulces
he de contarle todo, pues quiero que mantenga
desde su foto antigua la misma expectativa
y la mirada alerta a lo que va a venir
y que me reconozca como parte de él mismo
aunque mi rostro sea diferente al de entonces.

 

TESTIMONIO

 

Nunca dije te quiero sin sentirlo,
advertí en la amistad la veta inagotable de un  tesoro
y nunca competí con un amigo
ni por empleo, ni fruta, ni mujer.

 

Porque el sustento es noble en la amistad
y una fruta jugosa
puede siempre esperar nuestra mordida.

 

Sembrar ese manzano puedo con un amigo
en medio de una isla desierta en el océano.

 

Y una mujer jamás disputaré al amigo
porque ella puede decidir a dónde
dirige en plenitud el corazón que tiene;
en dónde pone el corazón que usa a su manera.

 

Y puedo por mí mismo
buscar una mujer que quiera amarme
a la sombra del árbol que sembré con mi amigo
y comiendo los frutos que habré de cosechar.

 

ESTA MUJER Y YO

 

Esta mujer y yo, que sumamos un siglo,
casi un siglo,
nos unimos en el beso original
bajo un desnudo encino,
sobre un lecho de hierba,
mientras la luz del sol se abre paso entre las ramas
como un ave que se acerca al nido.
Esta mujer y yo,
sobre la arena suave,
a la sombra de una roca sin pecado,
damos un giro a nuestros cuerpos
humedecidos en una sola voluntad.
Aunque en verdad esta mujer y yo
estamos en un lecho conocido,
imaginando, amando,
y en el momento exacto
nuestros cuerpos irradian una luz
que se escurre como el sol entre las hojas
o una gota en la piedra
y el manantial de la vida brota nuevamente
en estos dos cuerpos que suman casi un siglo
pero no han olvidado el origen del mundo.

 

Siguiente autor >>


©Derechos Reservados - Literatura Latinoamericana mayorbooks@camaleon.com
Diseñado por Camaleón