Textos Poéticos ( Ordenados Cronológicamente )

 

José Kozer
(Cuba, 1940)


BIENVENIDA

 

Un canal
de aguas lívidas cruza el desierto de Gobi en toda su extensión.
En el juego
de los eslabones se extravió un Emperador de la dinastía Sung.
Pasa
a caballo ida y vuelta día y noche, raudo: a su paso se quiebran las aguas (se amansan)
recogen
la lenta
configuración de una bestia de carga. Y cada siete años (séptimo día de un séptimo mes)
dimana
una luz
del fondo de aquellas aguas, el Emperador (inmaculado) y su corcel (inmaculado) se
refugian
por fin
en una misma sombra y los pueblos festejan la cordura.

 

(De La garza sin sombras).

 

BODAS DE FRANZ KAFKA


Con la señorita Milena Jesenská, tienen a bien invitar a Ud. y a su distinguida, etc.
Aunque lo principal es que Franz haya dicho que no quiere prole.
Se comprende, también, su horror a las flores: le traen un recuerdo tan malo del porvenir.
La ceremonia se habrá de celebrar en un tranvía.
Franz ha comprendido lo que Milena sacrifica; Milena entiende lo que significa para Franz
la tranquilidad.
O querer, por ejemplo, lo siguiente: la frialdad.
De no poder asistir ningún amigo, la ceremonia habrá de celebrarse, puesto que es
inevitable, en la Selva Negra.
Acudan, por favor.
De hecho, ciertas celebridades ya han dicho que sí: Bertolt Brecht ha dado el visto bueno y
el poeta Franz Werfel, de quien se
dice sería incapaz de abandonar a
un tocayo.
Sólo, por desgracia, el poeta Federico García Lorca no podrá asistir.
Al recibirse la noticia y ante el estupor de la concurrencia, uno se inclinaría a suspender la
boda.
Todo presagiaba algún percance.
Pero es que Franz temía tanto dar la vuelta: a qué negarse cuando aquello era más bien algo
pulmonar.
O es que a alguien se le podría ocurrir pensar que Franz no sabía que en veinte años la
tuberculosis no sería más que una
enfermedad del pasado.
Que en veinte años un golpe de viento repentino contra una flor no podría alterar el azogue
insostenible del reposo.
Sinceramente –y Milena lo supo-, Franz no concibió otro heroísmo.
No se podrá negar que se mostró valeroso por los pasillos camino del altar.
O fue en la Selva Negra aquel encuentro: tampoco
hubo de asistir la Señora Milena.


TE ACUERDAS, SYLVIA

 

Te acuerdas, Sylvia, cómo trabajaban las mujeres en casa.
Parecía que papá no hacía nada.
Llevaba las manos a la espalda inclinándose como un rabino fumando una cachimba corta
de abedul, las volutas de humo le
daban un aire misterioso,
comienzo a sospechar que papá tendría algo de asiático.
Quizás fuera un señor de Besarabia que redimió a sus siervos en épocas del Zar,
o quizás acostumbrara a reposar en
los campos de avena y somnoliento
a la hora de la criba se sentara
encorvado bondadosamente en un
sitio húmedo entre los helechos
con su antigua casaca algo
deshilachada.
Es probable que quedara absorto al descubrir en la estepa una manzana.
Nada sabía del mar.
Seguro se afanaba con la imagen de la espuma y confundía las anémonas y el cielo.
Creo que la llorosa muchedumbre de las hojas de los eucaliptos lo asustaba.
Figúrate qué sintió cuando Rosa Luxemburgo se presentó con un opúsculo entre las manos
ante los jueces del Zar.
Tendría que emigrar pobre papá de Odesa a Viena, Roma, Estambul, Quebec, Ottawa,
Nueva York.
Llegaría a La Habana como un documento y cinco pasaportes, me lo imagino algo
maltrecho del viaje.
Recuerdas, Sylvia, cuando papá llegaba de los almacenes de la calle Muralla y todas las
mujeres de la casa Uds. se alborotaban.
Juro que entraba por la puerta de la sala, zapatos de dos tonos, el traje azul a rayas, la
corbata de óvalos finita
y parecía que papá no hacía nunca nada.

 

(De Bajo este cien).


GEISHA


En las penumbras del papel de arroz, vela.
Esboza
unos pistilos (levitar) de una mosca y del pulgar al índice en el aire esboza la corola
de un lirio. Son
las tres: madrugada y penumbra (son las tres) penumbra y hervor
la tarde. El
moscardón se ha ensimismado en el ojo de la telaraña. La geisha
pulsa
entre las cuatro voces hoscas de los comensales.
Bajo este cien


FURTIVOS


Esa parada de ómnibus la reconozco, esa cicatriz a ras del pavimento la produce todavía
el paso de los tranvías, fulgor y
desaparece el ruido del orín tras
la huella amarilla: paralelas
libélulas, se encaminan.

 

Se han mecido los visillos, entreví un espejo, su desfiladero vacío: reconozco el fulgor (piqué) de un vestido
amarillo (estampado) a punto de
irrumpir: las paralelas extienden
cada vez más el infinito. El
columpio entre dos abedules,
la perra de lanas con el lazo rojo
atado al rabo, la dama del parasol
y el sombrero de alas anchas
(lona, refulgente) su drástica
aparición al pie del arbusto florido
de lilas blancas, ha desaparecido
del espejo de cuerpo entero: escucho
su llamado en aquel idioma gutural,
el cuajarón de ablativos y vocativos,
ah la proliferación de idiomas
desconocidos que hacen detener el
columpio, bajarse el muchacho de
pantalón dril corto, medias altas,
camisa sepia (ahora por fuera):
reconozco al pie de la letra la
escena.

 

Es la hora de almuerzo, corrieron los visillos, los postigos de interior (verde botella) entornados (al máximo)
cuatro figuras reconozco, cuatro
figuraciones en el momento de
sentarnos: cada nombre propio
está poseído de otra sustancia.
Brilla la ira a la cabecera de la
mesa; al otro extremo una
mansedumbre fingida reorganiza
minuto a minuto el menor
desarreglo (no habrá nunca
desperdicios): tarareo, se me
manda a callar (schweig still)
callo, en reconocimiento del
mandato; me voy adentro a
tararear (ponme la mano aquí
Macorina): nos hemos ya guiñado
el ojo, reconocemos caminos
(encrucijadas) por los que se les
escapa el poder: dominio nuestro
(sublevación) un gran repertorio
de canciones populares (de eso no
entienden nada): tarareamos, de
consuno, muy adentro.

 

Y llega la penumbra, la más extrema penumbra, sigilo de los tranvías, huellas amarillas inaudibles, el espejo
Irrompible cuajado de figuras
(y detrás, ninguna figuración):
sólo quedamos de pie mi
hermana y yo, ajenos a todo
vaticinio, entre faroles y postes
del tendido eléctrico, calles
irreconocibles: sólo tenían
nombres (localización, ninguna):
nos detenemos a la verja, miramos
el pasillo de baldosas rojas, la puerta
impenetrable de roble con sus
cuarterones tallados, la sombra de
una aldaba. ¿Llamamos? ¿Nos
llevamos las manos en pirámide a
la boca y pregonamos nuestros
nombres? ¿Acudirán? Huele a una
capa reciente de barniz, respiramos
hondo hasta intoxicarnos: por el olor
de una breva o del cazador de Beck
sabemos que ahí estuvo hace un
momento (lo hemos reconfigurado):
pasamos la mano (estela) por la
superficie impoluta de la mesa,
reaparecen sentados a la sobremesa,
postres de yeso, vasos altos de helechos
desbordados.


NOCHE OSCURA

 

Sinsonte canta demente en la madrugada.
No lo sé, estoy dormido, el sueño se me ha desbordado.
Pasan recuas, recuas pasan, se estrecha el desfiladero.
Un percherón atascado en la boca de una cueva.
Canta, sinsonte, canta, y sácame de este sueño.
¿Y el árbol? ¿Y el pájaro? ¿Y el gorjeo de una voz?
Sonsonete, sonsonete de la piedra cerrando la boca del alba.
¿Amaneció? Una mole. ¿Amaneció? Otra cañada. A la vista un oasis de granito.
Sueño que marcha de espaldas me conduce de su grupa a otro intervalo del canto
inmutable.


(Inéditos).

 

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