Fernando Linero
(Colombia, 1957)

 

APUNTES PARA UNA AUTOBIOGRAFÍA

 

Nací en Santa Marta el 4 de octubre de 1957.
Tengo mujer, dos hijos que veo crecer y un perro.
No estoy atado a nada en particular.
De los 510.101.000 kilómetros cuadrados
que tiene la tierra de extensión
ni un solo metro es mío.
Mi única preocupación
es acaso la de amar verdaderamente.
Acaso la de arder con aquello que amo.
Creo en el diálogo con la luz,
el diálogo con la tierra,
para exaltación de los sentidos.
Desde los 15 años escribo poesía.
Creo que ella cura de cierto desencanto
de cierta melancolía,
permite así sea fugazmente
recuperar cosas perdidas.
Ayuda a comprender en algo
el sentido de lo humano.
Me gustan el mar, los libros,
la marihuana, las bebidas fuertes.
Me gusta recordar a los amigos.
Me gustan la música, la noche, los caminos.
He cruzado los dedos y respirado hondo.
He compartido con el ocaso
la gloria de no ser nada.
A mis cuarenta años
en esta lucha por llegar yo no sé adonde
nunca he sentido envidia de nadie.
Sólo el aire sabe del final de la ruta.
En lo profundo de mí guardo la esperanza
de que la muerte no sea más que un espejismo.

 

(De Palabras para el hombre, 1998).

 

EXTRANJERA

 

A las puertas de la ciudad
me agazapo en la cosecha de tus senos.
Mientras el cuchillo visita a los escribas del alba,
pinto tus muros, lunación de hembra.
Bajo los ropajes desatados
una mujer desterrada de las provincias del sueño,
legada por cielos inciertos en el desvelo de los festejos,
ha levantado por encima de mí
el sonido de los pífanos, con toda su jauría,
con toda su muchedumbre.
Extranjera con la que he soñado
en las más ruidosas plazas.
Bajo su túnica, con la punta de los dedos
he hablado el lenguaje de la noche.
Sobre sus pasos he llegado con el sedimento de los míos
a fundar inmensos patios para el nacimiento de sus
palabras breves como el estremecimiento del poema.
Extranjera infestada de vientos más frescos que el agua,
hembra en la alianza de los frutos.

 

CANTANDO

 

Un bolero moja la fatiga
hombro a hombro con la angustia,
cuarenta y dos compases agolpados en la voz
y una patria que mastica hojas amargas.

 

(De La Risa del Saxo, 1985).

 

INGRAVIDEZ

 

Confiado como el vuelo del halcón hacia su presa
desde un recoveco
gozo de la ingravidez del atardecer.
Mi mujer lava la frase de un bolero
en la que se hunde su voz.
Lava un presentimiento una camisa.
Y la nobleza del agua en el cuenco
de las manos es la única certeza.
La casa zumba como un enjambre de abejas.
Confiado como el vuelo del halcón hacia su presa
desde un recoveco
gozo de la música del atardecer.
A través de la ventana una galaxia me mira.
Acaso en la que vaga mi padre con su muerte a cuestas.
La casa zumba como un enjambre de abejas.

 

DILATO MI CANCIÓN

 

Con el sol que nutre los pliegues de tu risa
en la soledad de los Andes dilato mi canción.
Con los astros de la ira.
Con la edad que se posa en mis cabellos.
Porque la tierra no detiene sus espigas
en esta casa sostenida por pájaros
pulso el dolor de los huesos.
Con la misma materia de los días
que se disuelven con las nubes sobre las colinas.
Con el cuerpo adormecido
de aldeas sentadas al final de la tarde.
Y mi música es como una ciudad de casas blancas.
Como la polvareda que en diciembre
levantan los alisios sobre los cardonales
sobre los patios de la desesperanza.
Por encima de la muerte escribo
porque hay hombres que sufren el laberinto de las horas
tristeando en los asilos.
Porque sé de cálidas muchachas
que alimentan sus críos con la cosecha de sus senos.
Porque la tierra no detiene sus espigas
por encima de la muerte dilato mi canción
con la alta cometa del viento
y mi música es triste como una estación de trenes al mediodía.

 

(De Guijarros, 1990).

 

CUARENTA AÑOS

 

He vivido treinta y nueve años de mi vida
sin saber si he dicho lo que debía.
He necesitado cuarenta para entenderlo
y es como si por primera vez
pudiera contemplarme los pies
a través del agua transparente.

 

4 de octubre de 1997

 

UN JUGADOR

 

Juego sin saber si bien o mal.
La obra de los días
queda reducida a esa palabra luminosa
que por instantes se concede: el poema.
Entonces el arco roza la cuerda
y sobre la superficie del estanque
lenta cae la hoja.

 

Juego y pierdo mi alma.
Confieso que siempre apuesto por aquello
que sugiere la esperanza:
el verano golpeando los portones,
el mar de leva contra la desazón del mediodía.

 

Para que se alegren mis amigos – incluso los infieles –
juego mi alma al zumbido de una abeja.
Juego en una esquina con perros de presa
cuando el invierno ebrio de tormenta
empapa las alas de la noche.
Destruyo viejos papeles
y de soslayo entreveo en los trazos
partes de mi alma jugadas y perdidas.

 

Apuesto por un ruido de niños en el fondo de las casas.
Apuesto por el seco arbusto
que el viento arrastra entre las dunas.
Por el lejano eclipse
– mis hermanos y yo arracimados tras un ahumado vidrio –.
Por la mala canción que no paro de tararear.
Por el astro que ahora en mí se pierde.
Juego sin saber si bien o mal.
La obra de los días
se reduce a esa palabra luminosa
que me define igual que a un bruto, igual que a un dios.
La que me sorprende en despoblado.
La misma que mañana ofreceré a la muerte.

 

NO CABE LAMENTARSE

 

No cabe lamentarse de aquello que está más allá
del estrecho límite de los sentidos.
Sé que la realidad no es más que esos cristales opacos
que sólo dejan pasar un resplandor difuso.
Pero aún siendo un destello en la noche del tiempo
yo que fui una posibilidad entre infinitas posibilidades
siento al verano hablar a través de los frutos
y es como el peso de la luz sobre la más íntima anarquía.

 

No cabe lamentarse de los dones del mundo.
He amado la música, ese intersticio azul entre las hojas.
He amado el mar, la noche, los caminos.
No cabe lamentarse si el verso crece como un árbol
y hay almas que comen de su pan.

 

A Robinson Quintero

 

POÉTICA

 

¿Para qué sirve el poema
ahora que la casa está sola
y la pócima del verano es más amarga?
¿Para hablar del egoísmo, de la torpeza?
¿Para agradecer el favor del hermano, del amigo?
¿Ahora que el paso ardiente de las tres de la tarde
se apoya en el saliente de la ventana para qué te sirve?
¿Cómo ayudar con el poema
a esa pobre mujer  que con dificultad
arrastra el duro fardo de la vida?
Al final de la tarde cuando el corazón se pierde
en las dunas de lo incierto
¿Para qué sirve? ¿Cómo te salva?

 

(De Palabras para el hombre, 1998).

 

COMIENDO PERDICES

 

Para Lele

 

El matrimonio funciona extrañamente.
Después de veinte años, hechos de frágiles días,
seguimos juntos. Y es enero otra vez.

 

Veinte años saliéndonos de quicio,
intercambiando impertinencias,
rumiando menudos desencantos,
en fin, comiendo perdices.

 

Pero es que todo transcurre tan rápido:
esta luna que hoy nos cae de improviso;
lo que vamos tejiendo detrás de los recuerdos.

 

Y la mañana helada sigue subiendo escaleras
mientras en un costado de la sala
oteamos mudos todo eso que el cielo deja caer
sobre la ciudad: decaimiento, soledad, enfermedad.

 

El matrimonio actúa misteriosamente.
Después de veinte años, hechos de tenues claridades,
seguimos juntos tratando de guardar
los instantes de mayor aliento.
Y otra vez pasa enero sobre esa alquimia minuciosa,
sobre ese mecanismo inescrutable
que es finalmente la vida.

 

Enero 4 de 2001

 

(Inédito).

 

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