Igor Barreto
(Venezuela, 1952)

 

REGRESO

 

A San Fernando quiero ir en el vapor Delta.
Desde las escalerillas ver cómo el barco separa
las cargas de troncos de los aserraderos
y los lomos florecidos de los caimanes.
Llegar a su puerto de tablones
donde el río entrega las aguas de cien barrancas
y el recuerdo de algún pueblo orillero.
Cuando la lluvia descuelga sobre mi cabeza
angostas calles enhebran la cifra de tu nombre.
El río crecido roza la capilla del anima salvadora
donde iré a dejar unas cuantas monedas
por los amigos que enfermaron de distancia.
Al pasado quiero ir en el vapor Delta,
a los burdeles, a las galleras del traspatio,
donde Dios habita la plenitud de su tristeza.
Que todos los sabanales reblandezcan con su brillo.
Yo me voy por esta senda donde el rayo se enmantilla.
Amo las noches lenguarases de sus muelles,
el sucio butacón de las nubes en los días de invierno
con marineros apoyados a sus palancas de anoncillo.
El lirio viejo de sus bosques.
A San Fernando quiero ir,
quiero volver,
ahora que el paisaje ha muerto de alabanza.

 

EL BURDEL

 

Era un recinto de ahilaradas habitaciones
muy cerca de la Imprenta de los Niños Huérfanos.

 

Al redoble del ángelus llegaban los comensales:
el fogonero de un barco de sal

 

un general
de negra perilla y voz de órgano:

 

el mismo que baña en vasos de aguardiente
sus riñones de toro viejo.

 

Desde los cuartos de las meretrices
se veían las casas de San Fernando

 

como granos de arroz
en el barro hediondo de los esteros.

 

En noches de chubasco
y de música de mabil

 

el sigilo afiló mi mano hasta la Media Morocota,
La Caimana o La Garza

 

aprisionadas en las verdes sales de cobre
de los alambiques.

 

Ellas fueron:
sobre breñales la fragancia del nardo

 

la oscura sabia que cintillea mi vida
y se pierde entre ciénagas.

 

RÍO ARAUCA

 

Navego con las indicaciones que me diera un señor de apellido Castillo. A pesar de lo precisas que aparentaban ser, el río siempre las contradecía: donde era a la derecha, fue a la izquierda; donde era Hartaona fue El Tuqueque. Luego de ocho horas, por fin llego al Médano de Cabuyare. Es un médano a las orillas del Arauca, con su casa de posadas y un bosque de algarrobos. Al verlo he recordado esa edad feliz y distante. En su honor compuse este poema:

 

Vuelvo
al Médano de Cabuyare.

 

Hay árboles con barbas
a la orilla
del río.

 

Ya nadie

 

reconoce
al viajero.

 

CELEBRACIÓN DEL COLOR NEGRO

 

Brilla la luz, festejando la pureza del color negro:
el azabache negro,
el origüelo negro,
el que celebra el hocico del puerco en mitad del bosque.
Lo canta el grillo
inmóvil y orgulloso
bajo su dura piedra.
El espacio negro donde mi corazón palpita:
esponjado fieltro
en el que soy plena duración,
lento movimiento de aires y emociones.
El jervedor
ama lo intenso de sus plumas negras:
la pura forma
sin sombra de luz.
La que anida en intrincado nido la coitora.
El negro profundo
de donde penden las galaxias
como adornos
en el pelo
de una mujer oculta.

 

ESTAS GARZAS

 

A la memoria  
de José Natalio Estrada.

 

Estas garzas
deben ser castellanas
porque forman una  V  al volar

 

Abajo

 

los ríos se represan
y se hacen cada vez más anchos.

 

Dos manatíes      afloran
y lanzan tenues chorros de vapor blanquecino.

 

La vieja casona del puerto:
bisagras, cerraduras de bronce.
En el meandro constelado de uno de sus cuartos
los pezones negros de una mujer.

 

La cúpula
de la iglesia.
En un nicho de su fachada
el enyelmado guerrero
pregunta al ya caído en el hondón:
¿ Quién como Dios? ¿ Quién como Dios?
¿ Quién como Dios?

 

Y más allá la sabana,
el polvo con el viento tras los viajeros
y el ganado,
y tras ellos el tardío anhelar del corazón.

Que sople fuerte el viento del idioma
para que estas aves lleguen lejos.

 

EL ÁRBOL DE MANGO

 

“Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada”.
San Juan de la Cruz

 

El árbol de mango
es inmortal
y no necesita de lo humano.
Forma umbríos claros
en lo denso del monte
y ahí perdura.
La palma
podrá sostener al mundo,
pero el mango
ha aceptado
la oscura llamada del bien.
Porque no quería tener
algo en nada
se ha ido:
más allá de las dunas azules,
entre madroños y píritus
de negra espina.
Allí
donde dos ríos se unen
como semblantes de soledad.

 

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