Juan Manuel Roca
(Colombia, 1946)

 

TIERRA DE NADIE

 

Nadie
Pinta un pájaro donde hubo tigre.
Su rugido borra el silbo. Traza un árbol
Donde antaño pintó un mástil.
Quién diría que bajo árbol y pájaro
Duerme un tigre
Mientras cruza un barco a toda vela.
Esta nube
Fue sábana en su encordado,
La silla se reclina en algo que fue pared,
El cielo fue jinete azul.
Nadie ama el claroscuro,
Los colores del olvido,
Los pintores de nieblas.
Rembrandt y Morandi
Preguntaron por Nadie.

 

(De Los cinco entierros de Pessoa).

 

TESTAMENTO DE SHYLOCK MERCADER DE VENECIA

 

Con mi muerte
Temblará la tasa de usura en Venecia
Y el cuaderno de pagarés
Caerá como una flor abierta
En sus aguas cenagosas.  Venecia eclipsará
Como un alba tiñosa.
No soy de la tribu que se encoge de hombros
Ante el maná del dinero.
Mi barba puntiaguda señala su escondite
Y hasta mi ruinosa gabardina se agita
Ante el becerro que fulge en la noche de los buhos.
No soy de las hordas mutilantes de Barrabás,
Pero un trozo de carne de vuestro amado cuerpo
Será el humilde pago a mi largueza.
Ya sabeis que la carroña humana
No cotiza en la Bolsa.
¿A quién acudirán, con mi muerte,
En las horas del hambre?
No os dejaré ni siquiera mi alma
Donde el Cisne de Avon, un paria, un perro vagabundo,
Rumora con perfidia que afilo mi cuchillo.

 

POEMA CON TIGRES

 

El tigre lleva en la piel los barrotes de su jaula
Eduardo Umaña Bernal

 

Siempre, entre el tigre y mi precaria humanidad,                                                                                                                                        
hubo una jaula.
A veces nos separaban los barrotes del zoo,
A veces las rejas que traman las palabras.
Ni el tigre de Blake,
Ni el tigre al que Valery llamó
Campo listado o cosa parecida, rugieron en mi
tienda.
Ni siquiera el tigre de Borges
Cuyo lazarillo es la noche.
Menos aún el tigre de la Malasia,
El temido de Ishnapur,
El tigre de la aldea que se escondía en la niebla.       

                                                       

Mi tigre siempre fue tigre de papel.

 

Yo iba por las junglas del lenguaje,
Un pobre cazador dormido entre fogatas,
Alguien que seguía las huellas dactilares de la
fábula.

 

De safari por la lengua esparcía trampas
Para atrapar la palabra tigre y amansarla.
A duras penas apresaba una dulce jaguaresa
En la floresta de letras de Horacio Quiroga.               

                                      

Pero hoy vi tus pasos sigilosos,
Los vi en la algazara de los tucanes y los monos
Que señalaban en su alarma la dirección de tus
garras.
Te ví junto al río y ya no hubo más jaula que
mi miedo,
Tigre en libertad,
Flama en la noche de los sentidos.

 

Manaos, noviembre 22 de 2.000

 

SUEÑO CON ÁNGELES

 

Han llegado los ángeles en un buque de carga
María Baranda

 

Por el sueño navega un barco cargado de ángeles. Vienen en cajas de madera, en guacales de tablones salvados de un naufragio.
Los marineros los ven comiendo flores en su cepo como reos andróginos de una mudez de ostra.
Su destino es un misterio. No se sabe si serán vendidos a un zoológico, a un circo, a un aviario, a un taxidermista, a un tratante de alas.
Por tratarse de un extraño contrabando, -aunque no hay leyes marítimas que prohiban el transporte de ángeles en barcos- por tratarse de un tráfico de sueños, el capitán evita tocar los grandes puertos del mundo.
Es como si el barco estuviera condenado a no anclar nunca, a viajar sin destino con la carga emplumada y melancólica. Cada día huelen peor, a pústulas y almizcle, los maltrechos ángeles en sus podridos guacales. La nave se enfantasma en la niebla apagando sus luces y sus voces. Y la tripulación empieza a impacientarse, empieza a impacientarse...

 

Cuernavaca, noviembre 17 de 1999

 

(De Lugar de apariciones).

 

EN EL CAFÉ DEL MUNDO

 

Por la mañana,
Cuando un sol de páramo merodea la ciudad,
Las meseras del café
Limpian las sobras de una conversación
Y las manchas que dejan en el piso
Las voces nocturnas.
A alguien debió caersele en el baño
La palabra amor,
Pues no se soporta el olor a flor marchita
Que invade sus muros.
Limpien, limpien las palabras regadas en el mantel
O esparcidas como cigarros apagados
En los rincones. Sólo son pavesas de voces,
Cenizas del verbo, frutas disecadas.
Las meseras espantan a las moscas con un diario:
Las palabras no son hadas caídas de labios del fabulador,
Ni cadáveres en fuga hacia el vacío,
Pero las moscas se frotan las patas
Frente a sus melancólicos residuos.
Talvez al borde del vaso con restos de cerveza
La palabra país se haga recuerdo
Pues hay algo de tela de araña, de ruina de tiempo,
De un mestizaje de sueño y pesadumbre
En torno de la mesa.
Aún están las sillas con las patas arriba
Como carrileras o pirámides o torres
De una Babel silenciosa
Y las meseras se aprestan a barrer un otoño de voces.
Palabras que fueron mordidas con pasión
O arrojadas por la espalda,
Palabras titubeantes en labios del herido
O untadas de una tenaz melancolía,
Mariposas derribadas en su vuelo.
Las meseras ignoran que limpian y barren las palabras,
Que algunas recorrieron el mundo, muelles y hangares,
Para venir a morir bajo una mesa.
La palabra libertad que agitó su bandera de harapos
Se deshace entre los restos de la noche
Y no es fácil remendarla con agujas de lluvia.
Ni perros ni gatos husmean los escombros
Donde se acumulan los sinónimos del hombre.
Hasta la palabra miedo
Ha mudado de piel y ya no tiembla.
Ah, diligentes meseras que ponen órden a los objetos
Aunque nadie los nombre. Yo las veo
Recogiendo pedazos de la palabra cristal,
Entre enceguecidos Narcisos
Que fingen no verse en aguas pantanosas.
La palabra muerte no quiere deshacerse,
Se resiste a morir en el café de la noche.
Las pulcras meseras recogen,
Entre papeles arrugados y sombras y cabellos y fantasmas,
Las sílabas del día, sus inciertas potestades.
Limpien, limpien llanuras, suburbios, subterráneos,
Glaciares y jardines y patios y collares,
El eco del silencio que atraviesa la noche.

 

Para Carlos Vidales

 

((De Los cinco entierros de Pessoa).

 

LECCIÓN DE ANATOMÍA

 

Se nos dio el cuerpo
Para tener más cerca al enemigo,
Para vigilarlo
Y que no tenga tiempo
De apostarse tras un árbol
A esperar nuestro paso.
Se nos dio el cuerpo
Para que entre él y nosotros
No haya terrenos minados
Ni emboscadas.
Se nos dio sin exigirlo,
Como al príncipe el trono,
Para que no pudiera
Mezclar el vino con veneno
Sin abdicar de su reino.
En adelante se impuso
La costumbre de ir con el cuerpo
A todas partes,
De bañarse con él
Para evitar la sorpresa
De un brillo de puñal tras la cortina.
Construimos el hábito
De seguirle los pasos al cuerpo
Y tenderle la trampa del espejo,
De no dejarlo a solas
Ni siquiera cuando duerme.
Se nos dio el cuerpo
Para tener más cerca al enemigo.

 

(Inédito).

 

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