Miguel Ángel Zapata
(Perú, 1955)

 

LA VENTANA

 

Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo. Plantaré un árbol en medio de la calle, y crecerá ante el asombro de los paseantes: criaré pájaros que nunca volarán a otros árboles, y se quedarán a cantar ahí en medio del ruido y la indiferencia. Crecerá un océano en la ventana. Pero esta vez no me aburriré de sus mares, y las gaviotas volverán a volar en círculos sobre mi cabeza. Habrá una cama y un sofá debajo de los árboles para que descanse la lumbre de sus olas.

 

Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo. Así podré ver el cielo y la gente que pasa sin hablarme, y aquellos buitres de la muerte que vuelan sin poder sacarme el corazón. Esta ventana alumbrará mi soledad. Podría inclusive abrir otra en medio del mar, y solo vería el horizonte como una luciérnaga con sus alas de cristal. El mundo quedaría lejos al otro lado de la arena, allá donde vive la soledad y la memoria. De cualquier manera es inevitable que construya una ventana, y sobre todo ahora que ya no escribo ni salgo a caminar como antes bajo los pinos del desierto, aun cuando este día parece propicio para descubrir los terrenos insondables.

 

Voy a construir una ventana en medio de la calle. Vaya absurdo, me dirán, una ventana para que la gente pase y te mire como si fueras un demente que quiere ver el cielo y una vela encendida detrás de la cortina. Baudelaire tenía razón: el que mira desde afuera a través de una ventana abierta no ve tanto como el que mira una ventana cerrada. Por eso he cerrado mis ventanas y he salido a la calle corriendo para no verme alumbrado por la sombra.

 

CAMINO A LOGROÑO

 

Salgo a la estación del autobús. El cielo extrañamente gris baja con el vaho a la ciudad. La noche anterior me había acostado temprano como nunca, y no creí más en las superticiones. Desnudo volví a pedir ante la sombra un poco de sosiego para mi alma agotada y perdida. Toda la noche el perro de Goya había estado lamiéndome los brazos, desesperado lloraba por su amo que salía de un pozo vestido de negro. El perro no podía ladrar de la pena, y me miraba con ojos lánguidos y movía ligeramente la cola.  Es que el mundo es un pozo, me decía, y estamos aquí para velar por el alma de nuestros amos. Y me repetía: veo en tus ojos que tu alma es como la mía, pero no tienes cola.  Claro, le dije, pero en casa tengo un pequeño perro que vuela con un ángel desconocido por el vecindario.  Mi ángel decidió abandonarme por un tiempo pero  a veces lo veo en los ojos de mi perro.

 

Y ahora que voy por los campos verdes de Soria, veo decenas de ovejas pastando con algunos perros felices que esperan la lluvia de mayo con esmero. Nunca vi cerdos tan alegres regodeándose bajo el sol. Las vacas  cruzaban sin prisa los arroyos, y miraban de reojo a los perros mientras rumiaban de contento. Al perro de Goya le hubiese gustado estar aquí entre este celeste cielo y estas nubes que tocan las colinas.  Mientras observo el paisaje pienso en la distancia del tiempo y aquellos que quieren quemar tus sueños. Quería bajarme del autobús y correr por estos campos, y quedarme a escribir las primeras señales. Me esperan en Logroño, pensé: la lluvia y el cielo de Logroño, la vid y las flores de Berceo.  Vuelve a llover. Y de repente regresa el olor de los pinos, la neblina que los enciende con los pájaros, y vuelvo a ver el mar que por aquí no viene sino del cielo, con su forma de manifestar su presencia en mi cabeza.  Escribo en el cementerio con los mausoleos que alumbran a la rubia que corre bajo el agua.  Sus prendas interiores vuelan por el aire de estos valles, golpean la ventana del autobús.

 

Otra vaca hermosa bebe agua del arroyo: su único pasatiempo es mirar el agua y azotar a los insectos que viven en su enorme lomo. Sus orejas me escuchan hablar solo en el autobús.

 

LA CAMA

 

Haz que tu ojo en la habitación sea una vela
Paul Celan

 

Tendido sobre la cama en una habitación de hotel leía “El tordo” de Turguénev. En este cuarto sin ventanas he sentido con mayor fuerza mis heridas.  Pero a diferencia del texto de Turguénev, mis heridas no eran de amor, y los nubarrones que yo sentía provenían de otra borrasca.  Sin embargo, sólo le pedía un milagro a la noche: conciliar el sueño.  Recordé la oración por los insomnes de Rilke y balbuceaba: “a quién debo llamar sino a tí, que eres oscuro y más nocturno que la noche, al único que, sin lámpara, puede velar sin miedo…”. 

 

Abrí mi cuaderno y escribí unas palabras a lápiz que ya no reconozco.

 

Vi al mismo niño esperando el caballo de papá cruzar el puente del río salado.  Mi hermana Carmen miraba la polvareda que bajaba del cielo como un castigo.  Tendido sobre la cama no podía conciliar el sueño.  En otras ocasiones los pájaros siempre me aliviaron con su fuerza sólo comparable a la voz irracional de la naturaleza.  Las oraciones no llegaban a mi alma, se quedaban afuera entre el humo de las calles.  Orar es subir a la cima de tu alma. 

 

Rebuscando entre mis libros recién comprados en La Gran Vía hallé por suerte uno de Celan, y estos versos: “Las dos puertas del mundo están abiertas”.  Algo me tranquilizó, el Santo Santo, el Hosanna, Hosanna aquí en las alturas de este cuarto, entre sus nubes que bajan a llevarme en su vuelo, mientras el mal olor de la calle subía por las paredes de mi cuarto. 
Celan tenía temor de las rejas y de las sombras, pero conocía bien las fuentes y el susurro de las rosas.  En “También esta noche” dice algo que no voy a olvidar: “Con mayor plenitud, / pues también cayó nieve sobre este/ mar en que nada el sol, / florece el hielo en las cestas/ que llevas a la ciudad. / Arena/ pides por él, / pues la última/ rosa en casa/ quiere también esta noche ser nutrida/ de la hora que corre”.  La nieve sobre el mar por donde nada el sol: la hora corre por todas las cosas, y por la cortina que recubre la pared sobresale el deseo de abrir un hueco sin crear un abismo. 

 

Es que hay noches que suenan como campanas cuando uno va por ahí con rosas bajo el brazo en busca de alguna mujer desconocida.  Porque hay noches en que uno se tropieza con las piedras, y vaciamos en vano todos los jarrones sin agua.  El jarrón de Sancho, por ejemplo, siempre estuvo lleno, aquel filósofo que venció a su demonio en La Mancha.  Por ahí lo vi tratando de sacarme de este lío mientras el hueco se caía de la pared colgada como un gran cuadro de la Vida Dulce.

El fulgor no llegaba, y los muertos nos reclamaban los muslos firmes que corrieron sobre ellos en el cementerio para descansar en paz.  

Ahora desalojo mi alma del polvo y de la nieve: la vacío desde la cima, con una vela para dormir.

 

(De El cielo que me escribe, 2002)

 

LOS MUSLOS SOBRE LA GRAMA

 

Escribo por la muchacha que vi correr esta mañana por el cementerio, la que trotaba ágilmente sobre los muertos.  Ella corría y su cuerpo era una pluma de ave que se mecía contra la muerte.  Entonces dije que en este reino el deporte no era bueno sólo para la alegría del corazón sino también para el orgasmo de la vista.  Al verla correr con sus pequeños shorts transparentes deduje que los cementerios no tenían por que ser tristes, el galope acompasado de la chica daba otra perspectiva al paisaje: el sol adquiría un tono rojizo, su luz tenue se clavaba dando vida a la piel, los mausoleos brillaban con su cabellera de oro, y volví a pensar que la muerte no era un tema de lágrimas sino más bien de gozo cuando la vida continuaba vibrando con los muslos sobre la grama.

 

MI CUERVO ANACORETA

 

Mi cuervo brilla con el sol y nadie puede verlo como canario.  Escribe con su pico la  soledad de la noche y tamborea su cántico ante la gruta del agua que lo ve caer sin una letra. Mi cuervo es pájaro anacoreta, canario esculpido con carbón.  El cuervo que se colaba  por las alcobas es más vivo que loro verde repitiendo sílabas sin son.  Mi cuervo brilla y brilla mejor que un cometa prendido en el cristal.  Ya se posa en mis papeles cuando le hablo sin pensarlo, y cuando me mira es un aire emplumado, flauta de tinta que gotea mi envoltura.

 

MI CUERVO SE DESATA

 

Yo aquí con mi pico curvo soy hermoso: me desea la cuerva blanca que vive en la nevada, mi negrura es divina y en la miel descansa con la blanca tinta que brota de su cueva rumorosa.  Me persiguen los pájaros de churriguera por no creer en su río de barro y de negrura: yo paseo campante por las siete esferas con la abeja de la flor de Liz.  Aquí la superficie es curva como mi pico jovial, además, con estas alas avanzo hacia el boscaje de tu gran labio, para que otra vez me releas y te dilates, y vuelvas a chillar con mi voz de ave de la calle.

 

(De Lumbre de la letra, 1997).

 

LAS DUNAS

 

Pienso en aquella flota de nubes que baja a mi patio con la humedad de las rosas. Mi mente viaja por la lejanía de los muelles, por las tablas abandonadas en el naufragio de los ríos. Intento en vano abandonar la imagen del mar mirando las nubes que ya están en mi cabeza. El mar está en mi sangre y es el clavel caliente que me vigila cuando escribo. Me observa mover mis huesos mientras un río de leche baja de las nubes. Soy una nube y quiero volar con ellas para penetrar su vientre lleno de agua salada. El mar se mueve en su laberinto: no necesito verlo para saber de su blando movimiento, del hilo que me rodea y me lleva hacia su cosmos, la aurora de su sencilla felicidad. Tal vez por eso amo las dunas, son mi consuelo, el laberinto y la espada sin centro. Escribo al lado del árbol y no puedo destejer las redes de la piedra con amor. En cambio, encuentro otro laberinto en este aire, su caos azaroso me lleva a escribir el primer disparo en la oscuridad.

 

EL POLVO Y LA TINIEBLA

 

El polvo llega por aquí como si fuera parte de nosotros. El agua corre y arden los grillos en el pozo sin fondo. No levanto la mirada y respiro despacio. Cuando la oruga muere y el agua se estanca en las calles escribo como la oruga, y por la mañana el sol vuelve como si nada hubiera sucedido: mi perro mira el sol y yo escribo temblando en el patio de la casa.

 

VOY A ESCRIBIR ALGO

 

Imagino que voy a escribir algo sobre el perro que mira extasiado los cristales o sobre el blancor intenso del árbol que permanece de pie como un enorme ángel con espadas. Imagino que voy a subirme a los pinos para tomar fotos  de los copos de nieve que se van deshaciendo sobre la arena. Pienso en pedir al cielo la gracia de la lluvia fresca. Desnudo, rezo.  Los cerros desesperados se agarran del sonido  de la luz del sol que nos derrite, y las rosas amarillas susurran en el patio con mi perro.

 

YA NO TENGO ÁNGEL DE LA GUARDA

 

Ya no tengo ángel de la guarda.  Un día inesperado se perdió en la llanura buscando la plenitud y el reposo. A pesar de todo, el movimiento del cielo no cesa todavía.  Sigo caminando por el bosque con los ojos abiertos, y a veces siento en el aire una breve eternidad.  Pienso que mi ángel de la guarda - por ese inmenso cariño por las islas - está de custodio de las profundidades del mar, que después de todo, es la otra cara del cielo. Sé que no está en el monte Nebo contemplando el tiempo que vendrá.  Mi ángel tenía una larga cabellera negra y sus ojos te seguían por todas partes.  Cuando iba de paseo en mi bicicleta su cabello era una llamarada de fuego negro que llamaba la atención en todo el vecindario. Nadie la podía ver, excepto mi perro que agachaba la cabeza cuando volaba por encima de los geranios. Ya no tengo ángel de la guarda. Ahora camino solitario por las oscuras calles de los pinos y presiento que alguien todavía me vigila.

 

MI PERRO OBSERVA

 

Parece que finalmente llegará la lluvia: mi perro observa atento como van llegando las nubes gordas por detrás de los cerros. Escribo con las patas de mi perro penetrando la arena del árbol más grande del jardín. Cuando la lluvia llega hay una mezcla de alegría y tristeza, algo que no se puede explicar con palabras. De pronto cambia el tono del paisaje, las astillas de la luna se clavan en la ventana que da a la sala, el árbol alumbra el patio sin hojas, y los geranios cambian el color del cielo.  El cielo rojo envejece con las nubes y mi perro les saca la lengua a los pájaros muertos.

 

(De Escribir bajo el polvo, 2000).

 

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