Víctor  Sosa
(Uruguay1956)

 

DESCONFIEMOS DE ABRIL

 

Desconfiemos de abril. Y de su flor.

 

Del anhídrido ése que el astro premedita
llevado por el nácar del gorrión. Propulsase.
Circula en su redondo sideral y escarba.
Como una mosca o, ¿cómo calcularíamos
la curva o el minué o, acaso,
el corcoveado vigor en vilo de la mosca?
Sabemos que vuela. Sabemos que es difícil
de atrapar por su visión (de trompa: inerme).
Que bien ve, lo sabemos. Que alas
en los ojos. La mosca.

 

Desconfiemos de la mosca. Tachen el
casillero adecuado, de la A a la Z; a saber:

 

a)         Alto Volta
b)         bronquitis
c)         cerúleo
d)         décima
e)         enceradora
f)         fosfórico
g)         granizo
h)         hachazo
i)          ímpetu
j)          julepe
k)         kilociclo
l)          lácteo
m)        mosca
n)         nibelungo
ñ)        ñoño
o)         obtusángulo
p)         parálisis
q)         quetzal
r)         regaliz
s)         seudópodo
t)          tacuara
u)         Usumacinta
v)         verderón
w)        W
x)         xenófilo
y)         yeyuno
z)         zeta

 

En riguroso orden hacia el caos venimos. Luego,
desconfiemos del caos. Comenzando por
los escombros: juntar aquí, levantar allá. Piedras
sobre palmeras, torres sobre palomas. Da igual.
Bronquios (traqueotomía) en la impaciente respiración
de la espera. O una esquina (un ejemplo) y, allí,
en la resolana de ese sur un tango entre dientes y cuchillos,
silbado, silabeado o mordido bajo el molar del frío;
calles hacia el Mar Dulce sucio; libertos negros arrabales.
Porque nació en Montevideo hacia 1890 y tantos, el tango.
Desconfiemos del tango por tan triste. Desconfiemos
de las fechas errabundas. Desconfiemos, siempre,
de aquélla que se fue envuelta en el percal (Magda,
Helena) o encubierta –de raíz a regaliz- por el sedoso
colateral (y no volvió) de su pelo negro sin tropero
cayendo hacia la imantación del cóccix en parvada.
Desconfía del amor como de uno mismo. Sin nostalgia,
sin Nostradamus, sin el andarivel de la memoria
en pliegue de pavana. Qué abril ni qué ángel. Ni qué
santo sepulcro ahora, Jerusalén (Cúpula de la Roca).
Desconfía de la cúpula como de la cópula. Por altitud,
por manoseo:

 

1)         romanos
2)         hebreos
3)         etíopes

 

Y luego los coránicos bélicos (mezquinas mezquitas) cantos.
Ni César ni Salomón. No te fíes. Fidelidad (eso sí)
al escriba, al de la caverna, al topo. Cincel en mano,
recibiendo y dando en esa percusión de su espesura.
¿Qué más se le puede pedir al anónimo? ¿Una piedra
para lamer? Desconfiemos de la piedra que no es de fiar.
Atada al cuello sirve para no subir; se anega en
lo hondo si es que no es de helio. ¿De quién es?
¿De Dios? ¿De la hembra? Eva, entonces. Atorrantes
en el paraíso los dos (porque nada sin Adán). Des-
confía del paraíso como del averno –les habría dicho
antes que la serpiente la paloma. Pero desconfiaron
de la paloma. Por blanca. Un viento de higos maduros
sembró el hijo en el vientre (era el 8 de abril). Le pusieron
Siddharta. 35 años después se lo cambió por Sakyamuni.
“Los hombres se reunieron alrededor de él como el sediento
busca el agua y como el hambriento el alimento”. Dicen
que llegó a cumplir 80. Ananda fue el mejor de sus discípulos.
Lo incineraron.
Diez grandes torres fueron construidas.
Desconfiemos de las grandes torres como de los grandes problemas.
Babel es un problema. Babear vocablos, un problema.
Hacer silencio es un problema (lo encierran) (electrochoque
sin Monte Carmelo). Encéfalo o silencio –le dijeron.
Silencio –respondió por la comisura que canta, queda. (Tranquilo.)

 

Y así va el mundo.

 

Mejor no protestar, pero con ojo en ristre. Atento al fármaco.
Si la poesía se dejara engañar pasto sería fácil
de los comodoros. O del lugarteniente. El entenado
lugar que no se tiene: la poesía. Hay que desconfiar de ésa
como de las plantas (venéreas otras, venosas unas);
de dádivas y deudas (quien no teme no debe); de insurrecciones
y resurrecciones (la del nazareno por antonomasia); de los
que fornican, de los que no fornican; de Dédalo y del Toro;
de la tiroides y de los dentistas; de los profesores y los difusores
(Mahoma, desconfíen de Mahoma); de los estudiantes muy atentos
y de los tunantes desatentos; de Rómulo, de Remo y
del lobo (sobre todo del lobo); de Nietzsche en su sífilis
bailando; de 2 + 2 son 5; y desconfíen de Whitman
como desconfían de mí, ahora.

 

Así sin Rilke ni esperanza en lengua alguna; sin fastos
origamis ni organdíes; sin Fierro y sin Cruz la pampa es sola;
sin aliento llegando a la otra orilla; sin juez ni parte ser; sin
ser, sinceramente; sin día o media luna; fértil el pie en la nada
que no pisa; sin domo en el acuario; cinabrio el sol sobre esa
luz luciérnaga; sin luz; sin música, hombre; sin escombro.

 

Desconfiemos de abril. Y de su sol.

 

Estar en la presencia sin saberlo. Escudriñar origen sobre el lodo. Líquida materia intestinal. La bacteria de vida. La réproba sonrisa. El clítoris. El relativo esfínter de la ciencia. La albina voz canora derramando. Báculo. Hipotermia en los polos (o puestos). El lloriqueo del koala sobre el vientre del biólogo. Stradivarius (n. en Cremona.) Afelpadas tortugas en la nieve. Lisístrata ahí. ¿Quién anda por ahí? Patines en los charcos. Una muchacha de ojos verdes que se mira las manos. Muda la piel policroma. Melaza untada sobre el tobogán. Ganges la sangre de la luna. El temblor de Tiépolo (n. en Venecia.) La noria de la guerra que repite. ¡Cataplúm! Hijas del impasible. Aúlla. Un canto rodado en armisticio. Astracanado crótalo silábico. La regalía del iris sobre el fémur. Cremación o los incas. Leporinos adamascados entrándose en nenúfar. Suspensas olas sólidas. Canes olisqueando los ranúnculos. Ribetes en el cáliz atisbados. Se masturba. Desconfíen de él. Música y taxi. ¿Y? Pensante el pez. La entraña entorno. Frenético danza el caracol. Cae la palabra al abismo y quién la ayuda. Sol. Estiércol seco en la terraza. Tinto el vino. Verdi la voz. ¿E? Almíbar entre las membranas natatorias. Misántropo sapo. Gallo el gallo. Yo hubiera preferido fracturar. Berberecho en todas las Españas. Los noruegos postigos. Justificación de un acto injusto. Próspero el peroné. ¿Los tártaros? Selva, ninguna.

 

Y todo en vilo alzando su razón. Mostrando al mundo
la cepa de su mosto. ¿Todo? Desconfiemos
del todo en su tremor. Suda tu duda en esa arcana
urticaria, coralino. ¿Redentor de qué, dijimos?
Transpira, mejor; trabaja hacia la paz del tacto, hacia
la sin señal de los anélidos. Sí. Anestésicos.
Univitelinos en el arrobo de la ubre. Sazonando
en el silicato comatoso, ni se te ocurra.
Proferir. Desconfiar.

 

¿Y de abril? ¿Del donaire?

 

Desconfiemos del que desconfía porque ése no entra
(ni escarbando) al reino de este mundo.     

(De Decir es Abisinia).

 

* * *

 

Para empezar
Yo nunca dije hágase la luz.
Dije un día, eso sí, Jeremías
gimiendo como se debe: descalzo sobre la nieve.
Y fue en Frankfurt, en brioso diciembre
cuando dije nieve con los ojos
abiertos hacia la ventana los castaños
los claros de luz de luna, los piadosos
por consideración, hebreos, por errabundos.
Yo nunca dije dije por joya; alhaja sí
con hache muda adentro, tan árabe como Alhambra
tan llena de aire como de ala: plumífera la bella.
Yo nunca dije ella me ama o ya no me ama: dije la verdad.
Sangrando a veces dije luna: lunar para el índice
que es otra forma de decir deseo (o sea)
de tejer de día y destejer de noche
como la pobre de Penélope en su Ítaca.
Yo nunca dije Ítaca al mismo tiempo que sirena.
Ulises puede ser pero sordo no soy; sólo un ciego
puede ver las cosas sin quemarse: astillas
de luz para Homero, atolones
para sus ojos son estas hijas
descarriadas de Dios y radiantes.
Por último,
puedo jurarlo aquí
yo nunca dije rubí sin un rubor.

 

* *  *

 

Si escribieras todo lo que piensas
nunca dejarías de escribir. Si pensaras
todo lo que escribes nunca dejarías de pensar.
Piensas, luego miras el mar; te miras
en el ave zancuda que se posa
a la vera del que brama; como si
meditara, a la vera, el ave; como si hiciera
así con el pico para sacudir el pincel de plumas
para despertar alborozo al alba, para pintarse
de blanco sobre blanco sobre la espuma
como Malevich el ave. Para volar
sólo hace falta volar –nos dice muda
moderna estilo decó sobre sus patas
la tan ingrávida, la más –además de bonita
real por rara que por ralea. Seguro
se escapó de un jarrón chino –me digo al oído
es decir al oírla arder en su huida
en ese sobrevuelo de su forma.

 

Entonces
sobran las palabras: el ave
se salva en su vuelo; la poesía se salva
en esa selva que no conoces.

 

* * *                                                                                                                                                                                                                   

La palabra importa: exporta sentido, sopla
con ese aliento al vidrio, o al menos
silba en la soledad de Góngora: pasos
de un peregrino son, errante; porque son
ante todo sonoras las palabras, no salen
al vano de la casa, a la veranda –vanidosas-
de la India, a solazarse en el silencio, allí
en ese quicio del iglú no hay palabras, hay
una  mano amiga que concede la esposa al
que camina, esa es la realidad; ni Lezama
lima la palabra como ella (y como ejemplo
dice quetzal); la que dice quetzal produce
la palabra; produce palabras que importan
exportan lo que vendrá: pájaros, sentidos
en la punta de la lengua, silbados aún en
la soledad o contra el vidrio: viento y mareo
del poema; porque ella lo sabe (lo dice)
lo difícil estimula, lo difícil en extinción
estimula más, es decir: es tinta que es pluma
(de quetzal), espuma en boca de jaguar que salta
(vidrio afuera), que sangra y quema; ¿qué más
puedo decir? –dice y se extiende isósceles

 

                                en
el  aire


(De Los animales funestos).

 

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