María Auxiliadora Álvarez
(Venezuela, 1956)

 

la rosa de la descomposición

 

grave fue la disputa entre la destrucción y la alquimia

 

pues ¿Quién podría admirar la rosa de la descomposición?

 

¿quién haría un lugar para un tallo de color invisible
despuntando desde la podre-recie-dumbre?

 

feroz fue lo inexorable

 

contundente como el chirrido de una rama calcinada

 

un proyectil irreductible

 

esa fue la otra cara de la guerra
la que te dio un hijo desconocido burlando la erquirla

 

esa fue la otra cara el mismo hijo
nacido por segunda vez de la explosión

 

esa fue la otra cara del día al fin ineficaz
la arrogancia del cenit cegada en el laberinto de la inutilidad

 

el envío a destiempo de una vianda innecesaria
el insomnio incapaz de modificar el curso de la noche

 

blanco de un proyectil irreductible
tu hijo nació demasiado joven para aprender a ser disparado

 

El polvo de la demencia cubre inocente los cajones

 

uno de nuestros soles

 

amotinados impávidos silentes
nos hallamos desfalleciendo
en nuestras propias aguas
Nuestros ríos se devuelven como espadas
aquellas gotas que sembramos con esfuerzo en días de sequía
se han vuelto altísimos cuchillos afilados e iracundos
Uno de nuestros soles ha estallado
su órbita desaparece en fragmentos de arterias en punta
Lejos el tiempo de contrarrestar el peso del no-ver
y más lejos aún el compás entre el ahogo y el cielo
No más seguir el rastro de antiguas luces desvanecientes
No más.

 

diminutos metales

 

hijo mío nosotros somos esquirlas de un mundo estallado

 

diminutos metales titilando al rojo vivo y apagándose en el suelo

 

hilos hijo de una conversación ajena

 

huesos menores cartílagos De un crujir que no nos conoce

 

somos hijo tenues resplandores de otra luz

 

niebla desapareciendo en resquicios de piedra

 

somos amor gemidos inaudibles en la mudez de la hierba

 

cubiertos por un traje celeste caído entre los árboles

 

 las ruinas invisibles

 

A los ladoslo que respira y sonríe y es humano

 

A lo lejos el agua mayor los campos florecidos

 

A lo alto lo que es divino sereno puro y no sufre

 

Abajo nosotros -y nuestras ruinas invisibles- sonriendo de esperanza

 

piedras de reposo
todo lo que quiero decirte hijo
es que atravieses el sufrimiento

 

Si llegas a su orilla
si su orilla te llega
entra en su mar de noche
y luego déjate hundir

 

que su sorbo te beba
que su espuma te agobie

 

déjate ir déjate ir

 

todo lo que quiero decirte hijo
es que del otro lado del sufrimiento

 

hay otra inmensidad flotando al descubierto

 

encontrarás allí grandes lajas

 

una de ellas lleva tu forma tallada
con tu antigua huella labrada
donde cabrás
exacto y con holgura

 

no son tumbas hijo mío
son piedras de reposo

 

con sus pequeños soles grabados
y sus hendijitas

 

lo brusco
en lo brusco prescindimos En lo brusco no hay necesidad
¿cómo arrancar algo de sí mismo? ¿halar las raíces?
¿cortar en lo profundo?

 

Lo brusco es el punto ciego del espíritu

 

Su necesidad de separarse

 

nuestro recinto 

 

vivo de ojos hacia el lugar de la nada

 

pero aún mis cuencas vacías
sienten amor por ti

 

déjate llevar por lo desconocido que nos mora

 

porque sólo al dolor tememos
pero el dolor es la noche que nos recibe
en su lecho de amor

 

Noche de vientos ululantes
su íntimo recinto

 

y el nuestro

 

cualquier mundo

 

queda extendida una red de nervios sensibles sobre el mundo

 

Cualquier mundo
será
un roce involuntario
de estremecimientos

 

lo irreal y lo muerto

 

por lo que no fuimos y fuimos
desconocimos e ignoramos
perdimos y guardamos
preservamos u olvidamos
repartimos o privamos
asumimos
deshicimos
malentendimos u honramos:

 

recibimos el golpe fatal de la alegría separando lo irreal y lo muerto

(De Nosotros, inédito).

 

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