Reynaldo Jiménez
(Perú, 1959)

 

EL TURISTA

 

Me gusta aquella indicación de Marcel Duchamp. La manera en que lo expresaba, si recuerdo bien, dice más o menos así: «Hay que alcanzar la imposibilidad de transferir la huella de la memoria de una imagen a otra». En otras palabras, llegar al punto de vivir como un turista permanentemente.

 

John Cage, en un reportaje

 

            un intersticio desencontrándose en un bosque
otra vez capturado hacia los ásperos
filamentos de sonido, cabeza
de insecto emergió. desde el pasto, fue
ralentar, esa pastosidad, la
luz, obligando a los ojos: disgregación
de todo objeto hasta rebalsar su nombre,
su posesivo, a un punto neutro. fue aquella grieta,
vaciló: santuarios de ramas por fuera
y por dentro santuarios
otra vez.

 

            huella la imposibilidad,
incidentes entre pasajes. ¿fue
necesario soltarlo todo —tus pantalones
arrugados—, que empezaras
a correr? lo ínfimo delata: una
mujer se desploma sin entregar, en la vereda,
un solo ruido; un gato
asesta mortal, el zarpazo a la sombra
de un pájaro que acaba de colarse,
sobre el oblicuo de una calle sin árboles
donde las hojas huidas
de otro lugar se vuelven uñas contra
el suelo. correr no te obviará
la respiración que yace
detrás de cada suceso y de tu hombro:
correspondencia casi equivocada, inesperada casi —también
ansiosa estridencia que los sentidos
anhelan. ¿será necesario volver? ¿será necesario
volver a empezar?

 

            la fatuidad, el roce, plasman, crees, un aire
capaz de estremecer las briznas con un secreto, un
estornudo a tiempo, una palabra
despegada de su sombra, de todo cuanto la fiebre, la vigilia,
pueden rodear y diluir. apenas rocío: apoyarte
en las rodillas de tu padre, saltamontes
cercenados por las raíces del otoño acuciante,
confiando en la proximidad del mar
ante la suspicacia, su desnudez.

 

            el tam tam para el momento, contornos
atorados a su modo con el miedo,
indiferente también. huías de algún lugar
que sostuvo en su detención
la espera de ti mismo. la mano,
por lo pronto, no calmó
los grandes escenarios: recortarás otra vez
ciertas figuras, para desperdigarlas
por los márgenes quemados, y serás un sello,
y serás el miedo a todo lo que suene,
amenazante en su brillar.

 

            el aprendiz, así, se desvive
por contemplar: el relámpago
en la mariposa: rozarse con ese
parpadeo que
tampoco suena.

 

            ¿otra vez capturado? ¿tan poco
sueñas, aprendiz? sólo considera
la elasticidad de aquello que declina, la afinación
de los contrastes. quédate, si
quieres, pero quédate carente: permanece
ante las tintas mezcladas que cada árbol,
sin masticar siquiera ese pasaje,
te arroja. quédate carente, pero
tiembla: suenas, cuando todo
aquello que suena es pasaje,
un helado en la mano,
frutas.

 

(De ruido incidental / el té).

 

IRÁS

 

La risa de la diosa y la diosa de la risa.
A veces tengo el presentimiento de otra risa.
¿Tengo el presente, no miento?
Oh trasluz, inquietud de estar jugando…

 

Circula mi sangre la risa.

 

La risa me devuelve a la criatura.
Fogata se devora y por dentro se olvida
de repente líquen y garza de repente.

 

Me repara en lo más alto y en lo ciego y me confía
a las corrientes (su pequeño confidente, empino
el abismo que no muerdo). Me despeja su mirada
de dobles duelos o el destino.

 

La huelo tanto como la pierdo:
en su contento semejante a la duna
se hace una con la espalda.

 

¿Pero qué enciende el reír?
¿Los vigías encerraron otra presa?
Sólo la risa te besa para ilesa dejarte
o más bien inmersa
tras la espesura de agitada respuesta.

 

La risa no calcina palpitantes espejos.
(Una vez me oculté en su boca…)
Fuente adonde caben las lágrimas,
la conozco desde que un feto que fue mi padre
se hizo estrella en su niño.

 

Me aguza, la inescrutable. Se trata
sin duda de la ultérrima. La risa cabe
en cualquier teatro
vacío de espectador y enmascarado.
¡Fumaderos de fantasmas adonde se prohíbe la risa!

 

Pero más que a fantasmas, a su empecinada
insistencia en un punto (su tautología tatuaje) temo.
Está claro, la risa los desconocierta; bandada
de guijarros, muestran
los dientes de la más pura evanescencia.

 

¿Quién habla risa? Si habla es un necio; no sabe
reír, se ha confundido con la deriva que dimana
la brisa: alumbramiento en acuático sentido.

 

Asalto protector de ciertas risas
mientras otras desarman piezas.
Risas deslizadas en la noche, sirenas
de penumbra lunar, con minucioso contagio
cicatrizan el hueco que han abierto.

 

(Risa del verdugo desde lejos
destinado, nunca olvido tus ojos.)

 

¿Dar risa? ¿a quién? Quien habla
no ríe, salvo que abra
al trapecio, a la danza,
esperanza sin precio.

 

Salto hacia la boca de la diosa en trance de risa.
¡Asir la risa!
¿En un puño la risa cabe
o en un punto del sueño?

 

Carcajada muda los opuestos,
la evidencia no queda lejos
y aquieta el corazón.
¡Espuma de las olas de la risa!

 

Soy quien agazapa tu mirada
y tú esa laguna adonde un junco
se inclina por el agua respirado
en círculos cada vez más transparentes.

 

A medida que la risa crece
se alza la fuga del segundo,
vislumbre zigzagueante de la muerte.

 

¿Se tratará de una risa de las formas, más
que de una mueca paridora de los labios?

 

(Y el deseo, antiguo adolescente, a la deriva
de evidentes secretos, hace temblar
a los poseídos por la risa,
en lo que reír tiene de otra cosa,
o de rosa niebla en la laguna de la espera.)

 

Si soy un hijo de mi risa
¿ha partido mi madre?

 

¡Ah irisarnos en la lluvia
que nos deshace!

 

De la curva del eco

 

SHAKTI
(fragmento)

 

—Respiro en la puerta.
—¿Dormida?
—Despierta.

José María Eguren

 

la Inaccesible, la Negra, cicatriza el alibí del presenciar.
colibrí hasta su índigo, taracea la matriz de los motivos.
en la trapa, donde trasiegan los años de vértigo furtivos,
el espejo se hace añicos: era una actriz la niña confidente.

 

restalla el cangrejal de los hechizos, cuando la íngrima
cobra de la angustia y de la riña despereza entre las brasas
e ingurgita su desplazar más allá del íntimo ornamento.
Ella agita sus esclavas, su rosario de calaveras ya no calla;

 

la flor del sonido amalgama al sonreír desde las aguas, calma
la especiada mudanza de las almas. la cuenta del destino desclava,
desfija la mente su insurgencia, madreselva, esta rumia
de un amante. delante va la luna, evade la faz de los emblemas,

 

copia temblores el revuelo en que se integra con su estanque.

 

(De Musgo).

 

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